Y ahí estaba yo, pasando las hojas de mi libro a medida que pasaba el tiempo, hasta que un niño irrumpió en el parque:
Calzaba un tres de pie. Pantalones a juego, cómo no, con su chupa vaquera. Todo cosido a partir del mismo trozo de tela de aproximadamente, medio decímetro cuadrado. Niño no levantaba más de cincuenta centímetros de suelo, pero bajo sus pies, bajo su mirada se abría un mundo de posibilidades a cada paso que daba.
Hablaba un idioma extraño, carente de vocales y de sentido. Un idioma que como sus zapatillas, como el mundo, le venía grande.
El niño tenía un extraño fetiche por comprobar la dureza del suelo. Experimento tras experimento, caía al suelo, confirmando una vez tras otra que efectivamente, caerse duele de cojones. Afortunadamente su pelo escarolado ejercía una función amortiguadora en favor de su existencia, que se reducía a caerse y a escupir a medida que desarrollaba su idioma. Pese a su dominio del parque, pronto un enemigo de su talla amenazó el control que tenía sobre la zona. Sí amigos, las hormigas habían irrumpido en su jurisdicción. Niño cayó al suelo estupefacto, sorprendido, atemorizado.. Pronunció unas extrañas palabras que su madre interpretó como el fin de la tarde del parque y huyó impunememte. Desde hoy, Niño es mi referente en el día a día. Espero verle pronto, tengo mucho que examinar de su pequeño ser.
El tiempo corre, vuela, va deprisa. Las historias ocurren delante de ti aquí y ahora. Nuestra prisa nos ciega, nos las quita. Es una pena que los relojes nos roben cada hora. Cada historia que publico es algo que he visto. Completamente real, completamente sincero. Día a día escribiendo con un objetivo: Convertirte en un viajero leyendo lo descrito.
domingo, 18 de mayo de 2014
Érase un trozo de tela vaquera.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No comentes si no es para mejorar el espacio en blanco.