domingo, 18 de mayo de 2014

Érase un trozo de tela vaquera.

Y ahí estaba yo, pasando las hojas de mi libro a medida que pasaba el tiempo, hasta que un niño irrumpió en el parque:
Calzaba un tres de pie. Pantalones a juego, cómo no, con su chupa vaquera. Todo cosido a partir del mismo trozo de tela de aproximadamente, medio decímetro cuadrado. Niño no levantaba más de cincuenta centímetros de suelo, pero bajo sus pies, bajo su mirada se abría un mundo de posibilidades a cada paso que daba.
Hablaba un idioma extraño, carente de vocales y de sentido. Un idioma que como sus zapatillas, como el mundo, le venía grande.
El niño tenía un extraño fetiche por comprobar la dureza del suelo. Experimento tras experimento, caía al suelo, confirmando una vez tras otra que efectivamente, caerse duele de cojones. Afortunadamente su pelo escarolado ejercía una función amortiguadora en favor de su existencia, que se reducía a caerse y a escupir a medida que desarrollaba su idioma. Pese a su dominio del parque, pronto un enemigo de su talla amenazó el control que tenía sobre la zona. Sí amigos, las hormigas habían irrumpido en su jurisdicción. Niño cayó al suelo estupefacto, sorprendido, atemorizado..  Pronunció unas extrañas palabras que su madre interpretó como el fin de la tarde del parque y huyó impunememte. Desde hoy, Niño es mi referente en el día a día. Espero verle pronto, tengo mucho que examinar de su pequeño ser.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No comentes si no es para mejorar el espacio en blanco.