sábado, 7 de junio de 2014

Érase un último suspiro

Corría el verano del setenta y ocho. Por aquel entonces, doña Pili acababa de cumplir sesenta y dos años. Mujer del siglo pasado, llegó a nuestros días viva y en condiciones de imponer sus valores.

Doña Pili era la personificación de la vejez. Con la permanente bien alta, pasaba sus días en el supermercado robando pilas y chicles. Suceso tan discutible como inútil, pues no tenía aparatos a los que ponerle pilas ni dientes con los que rentabilizar los chicles.
Mujer de tradiciones, acostumbraba a criticar a la sociedad en la que vivía, llena de contradicciones.Nunca entenderé con qué obligación moral, una señora que al cabo del día habia ingerido siete pastillas y dos jarabes, era capaz de acusar a los jóvenes de ser unos drogadictos.
Menopáusica desde el cincuenta y seis, sus cambios de humor siempre fueron tan impredecibles como imperceptibles, pues paradójicamente vivía como un niño de cinco años. No por su energía o por su ilusión, (ambas inexistentes) sino porque desde su último infarto, vivía enganchada a una máquina.

Hacía tiempo que doña Pili había perdido la ilusión. Echaba de menos no a sus nietos, a quienes tachaba de monstruos cuellicortos que por suerte para ella, nunca le entendieron debido a sus escasos meses de vida. Tampoco echaba de menos a su marido. El señor Camilo hacía tiempo que se mudó al sofá decidido a llevar una vida vegetativa delante del televisor a medida que el asiento adquiría la forma de un culo tan arrugado que no se distinguía la parte este de la parte oeste.
A diferencia de sus nietos, su hijo sí que le importaba. Era una lástima que no fuera unívoco, pues Paco y doña Pili tuvieron una discusión en el noventa y siete que supuso el fin de la relación maternofilial que tenían. Paco estaba muy unido a su padre, más que este a su sofá y nunca perdonó a su anciana madre.

Desde entonces, la vida de doña Pili se redujo a esperar a que una máquina respirara por ella. Artrítica desde principios de este siglo, sus últimas horas se limitaron a echar de menos sus días de gloria en los que andar implicaba sostenerse a sí misma en pie y no con un taca-taca. Recordaba con claridad todas aquellas tardes en el parque, camelándose al señor Prudencio, vigente campeón de petaca y hombre casado, quien sucumbió a los cruces de piernas de la señora Pili, que ahora daba gracias si conseguía ver un recuerdo de aquellas piernas entre tanta arruga.
Su reloj  llegó a cero. El respirador ya no daba tono. Doña Pili murió feliz, haciendo lo que más le gustaba: pensar en el señor Prudencio y en lo poco que faltaba para verle.

2 comentarios:

  1. No tiene puto desperdicio esta sección, en paz descanse!

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    1. Muchísimas gracias! Me alegro de que te gustara. Doña Pili no existe, está inspirada en una señora que tenía delante en la cola del Mercadona, tenía una pinta un poco rancia pero supuse que como todo, detrás de unas apariencias siempre hay una historia, aunque sea inventada.
      Un abrazo!

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